No hay cosa más condicional y limitada que nuestro sentido de la belleza. El que quiera representarse lo bello abstraído del placer que el hombre produce al hombre, perderá pie en seguida. Lo bello en sí no es más que una frase, ni siguiera una idea. El hombre se toma a sí mismo como medida de perfección en lo bello, y en ciertos casos escogidos, se adora. Una especie no puede menos de afirmarse a sí misma de esta manera. Su más bajo instinto, el de conservación y dilatación, se refleja todavía en esas sublimidades.
El hombre se figura que el mundo está por sí mismo lleno de bellezas, y se olvida de que es él mismo la causa de estas bellezas. Él y nadie más que él es quien ha llenado el mundo de belleza humana, demasiado humana, y nada más. En resumen, el hombre se refleja en las cosas y todo aquello que le ofrece su imagen le parece bello; su juicio de lo bello es la vanidad de la especie.
Friedritz Nietzsche. EL CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS. Alianza Editorial.
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