Estaba viviendo en una pensión barata, solo. Tenía un suelo y un techo y media docena de libros. Los libros no podía leerlos. Eran de grandes escritores. No podía leerlos, ya que me pasaba todo el día sentado a la mesa, contribuyendo a que mi país se convirtiera en la nación más próspera del mundo. Tenía una cama. A veces me quedaba dormido en ella por puro agotamiento, de noche, muy tarde, o muy temprano por la mañana. Un hombre no puede dormir en cualquier parte. Cuando un cuarto no significa nada para uno, cuando no forma parte de uno, uno no puede dormir en él. Este cuarto en el que yo vivía no formaba parte de mí. Pertenecía a cualquiera que pudiera pagar por él tres dólares a la semana. Yo lo ocupaba, vivía en él. Tenía casi diecinueve años y la sangre me bullía en las venas.
William Saroyan. EL JOVEN AUDAZ SOBRE EL TRAPECIO VOLANTE. Edit. Acantilado
No hay comentarios:
Publicar un comentario