Esta tarde, el muchacho ruso le contó una historia rusa que su padre ruso solía contarle cuando era un niño ruso. Era una historia de un cazador que necesitaba una piel para protegerse del invierno que se acercaba, y salió a buscar un oso, pero todos los osos estaban ya hibernando -el muchacho ruso no utilizó la palabra “hibernar” sino otra similar, pero ella entendió a qué se refería- o estaban en algún otro sitio, y el cazador no encontraba ninguno. Sólo uno estaba despierto, un oso enorme y quizá demasiado listo para ser un oso, que prefería pasarse el invierno mirando pasar el agua bajo el riachuelo congelado o sacudiendo los árboles y dejando que la nieve que acumulaban en sus ramas cayera y lo inundara, antes que hibernando, pero que tenía un problema: tenía hambre y había poco para comer en invierno en el bosque. Un día -esto era inevitable- el cazador y el oso se encontraron finalmente. El cazador se echó el arma al hombro pero no pudo disparar porque ésta estaba congelada porque el invierno era muy crudo y el oso que era demasiado listo para ser un oso, dándose cuenta, se abalanzó sobre él y se lo tragó. Y así, aunque podía parecer que la historia concluía cruelmente, contó el muchacho ruso, no lo hacía, ya que, como sucede en todas las historias rusas, decía, el oso obtenía lo que quería, que era alimento, y el cazador lo que necesitaba, que era abrigo.
Patricio Pron. El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan. Mondadori
Patricio Pron. El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan. Mondadori
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