ALFABETICAMENTE HABLANDO...

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20110417

L... DE LLAVE

Los borrachos de mi vida. Lengua de trapo. Cuando yo tenía ocho años pensaba que lo más importante de un padre era su llavero. Los padres de mis amigas tenían manojos enormes, de hasta veinte llaves o más. Algunos incluso necesitaban dos arandelas para hacer hueco a todas sus entradas. Yo imaginaba garajes, huchas, coches, diarios secretos... Pero lo que más me ilusionaba eran las puertas que abrirían. La llave de la casa familiar era casi igual en todos los llaveros: un poco más gorda que las demás, gris, con unos agujeritos en el alargamiento que entra en la cerradura; imposible saber a simple vista si conduciría a un chalé, un piso o una buhardilla. Pero había otras. De colores, redondas y enanas, con la cabeza de cuero negra, largas y delgadas de color caramelo... Mi padre sólo tenía dos llaves en una arandela de la que también colgaba un escudo. Una para el portal y otra para la puerta de casa. Incluso mi madre tenía dos más que él, para el buzón -porque era ella quien abría las cartas- y para el cuarto de contadores, que escurría oscuridad siempre que se abría y a ella no le daba miedo.

1 comentario:

  1. Un texto aparentemente sencillo, pero que "abre" (como las llaves) todas las fantasías del narrador y todos los matices sociales en torno a los propietarios de los llaveros que observaba de niño. Estupendo. Un saludo.

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