Los grandes colosos egipcios llevan los pies desnudos. Los héroes homéricos también, aunque pueda cabernos alguna duda. En cambio Moisés, en el Deuteronomio, puede enorgullecerse de decirle a los hebreos: os he hecho marchar durante cuarenta años por el desierto y vuestras sandalias no se han gastado bajo vuestros pies, y ésta es, pienso, la primera mención escrita que existe sobre el calzado. Aunque, si lo reflexionamos bien, Dios ya había pensado, al crearnos, en la necesidad de proveernos de un buen sostén sobre la tierra: nuestro primer zapato es el que nos brinda la propia anatomía: la planta de los pies nos garantiza una pisada firme y sólida. La suavidad y la elasticidad de este calzado primigenio se deben sobre todo a un conjunto maravilloso de huesitos, los sesamoides, situados bajo el primer metatarso.
La dignidad y la belleza del pie desnudo sólo se conservan en las estatuas.
Margo Glantz. HISTORIA DE UNA MUJER QUE CAMINÓ POR LA VIDA CON ZAPATOS DE DISEÑADOR. Edit. Anagrama
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