Está harta de la bondad navideña, está harta de los buenos sentimientos de diciembre, de los insoportables villancicos que oye por las radios que se escapan por las ventanas mal cerradas, de las estrellas de bombillas y de ese permanente cuento de Navidad en el que siempre revive para no avanzar nunca. Está tan asqueada que se le ocurre la posibilidad de acabar de una vez, de encender la cerilla y, en vez de observar el cielo en busca de la abuela, darse prisa a acercarlo a la puerta de la casa, de forma que la madera -quizás simple cartón piedra- empiece a arder tan rápido que el fuego se extienda de inmediato al resto de aquella casa de gente falsamente feliz, a la ciudad entera -por lo menos a las cuatro calles que conoce, porque quizás no hay nada más-, y desde allí a las páginas del libro donde todo eso revive siempre, y del libro al escritorio del maldito narrador que la condenó a repetir, año tras año, el mismo melodrama infantil. ¡Que se queme todo!
Quim Monzó. TRES NAVIDADES Edit. Acantilado